1911-1920

En esta segunda década del Premio Nobel les recuerdo que la nacionalidad aparece junto con la foto de los escritores en la galería precedente. Podría mencionar entre paréntesis sus fechas de nacimiento y muerte; volveré por aquí si decido editar lo que he recogido hasta ahora.

1911 Maurice Maeterlinck

Se otorga el premio a este escritor:

«en reconocimiento a sus actividades literarias multilaterales, y especialmente de sus obras dramáticas, que se distinguen por una riqueza de imaginación y una fantasía poética, la cual revela, a veces con el aspecto de un cuento de hadas, una profunda inspiración, mientras atraen los propios sentimientos de los lectores y estimulan su imaginación de una forma misteriosa».

Canción

Ellos me anunciaron,

(Hijo, tengo miedo),

Ellos me anunciaron

Que él iba a partir…

 

Mi luz encendí,

(Hijo, tengo miedo),

Mi luz encendí,

Y me aproximé. ..

 

En la primer puerta,

(Hijo, tengo miedo),

En la primer puerta

La llama tembló…

 

Luego, en la segunda,

( Hijo, tengo miedo )

Luego, en la segunda,

La llama me habló…

 

En la tercer puerta

(Hijo, tengo miedo)

En la tercer puerta

La luz se apagó.


1912 Gerhart  Hauptmann

Las razones por las cuales le otorgan el premio son:

«principalmente en apreciación de su producción fructífera, variada y sobresaliente en el campo del arte dramático»

Se vuelve complejo seleccionar algo que sea representativo. Si bien además fue novelista y poeta, es su obra dramática la que lo caracteriza y, en consecuencia, intentaré ubicar un parlamento de alguna de sus obras (Los tejedores es la más conocida) o alguna frase destacable:

Aquí parte del primer acto de Los tejedores. El parlamento, concebido a principios del siglo XX, parece referirse a situaciones que se replican en diversos países del mundo en la actualidad.

Dreissiger: No era nada. El pequeño está ya completamente restablecido. (Yendo y viniendo con agitación. Se detiene a veces completamente sofocado). De todos modos, es estúpido el mandar hacer semejantes correrías a un pequeñuelo que no abulta un comino, al que se le tiraría de un soplo. No comprendo que haya gentes… pobres que carezcan de conciencia hasta ese punto. Obligarle a hacer legua y media con dos piezas de fustán al hombro. Es cosa de no creerlo. En adelante, prohíbo que se reciban las piezas tejidas que sean traídas por los niños. (Da algunos pasos en silencio). En todo caso, no quiero que vuelva a suceder semejante cosa. En último término, ¿a quién se hace responsable de ello? ¡A los fabricantes, caramba! Nosotros somos la causa de todo. Que un pobre diablillo como ese vaya un día de invierno a pararse y dormirse en la nieve, y siempre habrá por allí un periodista que llegará, no se sabe de dónde, para enterarse del hecho, y dos días después circulará por todos los periódicos. El padre, los parientes que hayan enviado al niño a la nieve, esos no tienen la culpa; nosotros somos los pérfidos emisarios. A los tejedores se les adula siempre; a nosotros nos vapulean. El fabricante es un hombre sin corazón, duro como una roca, un ser peligroso, tras del cual todos los perros tienen derecho a ladrar. Vive en la opulencia, y no da más que un salario irrisorio a sus obreros. Que semejante hombre tenga sus preocupaciones, sus noches de insomnio; que corra riesgos de los que el obrero ni siquiera puede formarse una idea; que pierda la cabeza a fuerza de calcular; que no pase un día sin contrariedades o decepciones; que deba pensar en mil cosas, cada una de las cuales es para él una cuestión de vida o muerte, todo esto les da igual a los hacedores de frases bellas. ¡Dios sabe, sin embargo, todo lo que depende de los fabricantes y a cuánta gente hacen vivir! ¡Ah! Yo quisiera veros en mi pellejo un poco de tiempo de cuando en cuando; pronto os cansaríais. (Después de reponerse un poco). Y ya veis cómo se conduce ese desalmado, ese bribón de Baecker. Lo que no le impedirá ir a gritar por todas partes que yo soy un ser sin corazón, que por un sí o un no despido a mis obreros. Vamos a ver: ¿es cierto eso? ¿Soy yo un ser sin corazón?


1913. Rabindranath Tagore

«debido a su verso profundamente sensitivo, fresco y hermoso, con el cual, con una destreza consumada, ha creado su pensamiento poético, expresado en sus propias palabras en inglés, una parte de la literatura de Occidente»

La justificación resulta algo curiosa. Si bien es cierto que Tagore escribió en inglés, la calificación de «literatura de Occidente» para quienes han leído relatos o poemas de este autor es cuando menos una visión parcial. Los escritos de Tagore exhalan tantos componentes de la literatura oriental, en particular la vinculada con lo místico o espiritual, que no se puede soslayar de qué modo su lugar de nacimiento influyó en su visión estética.

Canción para mi hijo

Esta canción te envolverá en su música,
hijo mío, como un cálido abrazo de amor.

Mi canción rozará tu frente
como el beso con el que te bendigo.                

Cuando te duela la soledad,
esta canción mía estará a tu lado,
susurrándote al oído;
cuando una multitud te rodee,
te protegerá sin sofocarte.

Mi canción dará alas a tus sueños y conducirá
tu corazón hasta la frontera del misterio.

Cuando la noche oscurezca tu camino,
te guiará como la estrella más confiable.

Mi canción brillará en tus ojos
y llevará tu mirada hasta la esencia de todo.

Y cuando la muerte silencie mi voz,
mi canción te hablará, hijo mío,
desde lo más profundo de tu corazón.




1914. Una de las tantas veces en que el Premio Nobel no se entregó (la última, a la fecha de esta entrada, fue una postergación de la votación en 2018 debido a un escándalo). En este año la ocasión se vinculó con el surgimiento de la Primera Guerra Mundial; si bien no afectó todos los años de su duración, veremos repetirse este patrón no sólo al finalizar esta sino durante el desarrollo de la Segunda.


1915. Romain Rolland

«a manera de tributo al idealismo elevado de su producción literaria y a la simpatía y amor de la verdad con la cual ha descrito distintos tipos de seres humanos». Así quedó plasmado el criterio del otorgamiento del Premio.

Destacan entre sus obras no sólo obras de teatro sino otras que muestran su interés por variadas personalidades. Es el caso de su libro Vidas ejemplares, de donde mencionamos algunas frases:

«En la historia de la vieja literatura judía nunca hubo una diferencia básica entre el poeta y el profeta. Nuestra poesía más antigua se convirtió frecuentemente en ley e impuso un modo de vida»


1916. Carl Gustav Verner von Heidenstam

«en reconocimiento a su importancia como el principal representante de una nueva era en nuestra literatura».

Quizás sean justificaciones como esta las que comienzan a poner en duda la imparcialidad al momento de dictaminar ganadores. No porque justamente se premie a un sueco sino porque con o sin conocimiento de la obra del autor la frase que leemos más arriba es tan abarcativa que no centra ninguna idea clara. Intentaremos buscar algo que pueda esclarecer las palabras de la Academia.

Tal vez esa nueva era a la que se hace alusión se refiere al renacer de la poesía de estilo romántico. Pese a que el escritor también fue novelista, en estas primeras décadas las premiaciones están focalizadas en el género lírico (se verá luego con otros galardonados durante esta misma década). El tiempo de la novela se presentará más tarde durante este siglo.

Sovande gardår

Vägen slingrar vit och öde
mellan nattens tysta gårdar.
Allt det onda, som skall hända,
sover ännu djupt och stilla.
Ofall, vaka, olyckstider,
allt skall stunda, likvagn slamra,
unga åldras, gårdar jämnas.
Natt, hölj i din ro
oss, som ensamma gå,
hölj för oss våra kommande dagar!

Patios durmientes

El camino serpentea blanco y desierto
entre los patios silenciosos de la noche.
Todo lo funesto, aún por suceder,
duerme profunda y quietamente.
Tragedia, vigilia, tiempos de desgracia,
todo vendrá, rumor de coche fúnebre,
jóvenes envejecen, granjas desaparecen.
¡Noche, envuélvenos en tu calma,
a nosotros, los que andamos solos,
envuelve nuestros días venideros!


Stridsguden

Från trollets dotter vände Tjalve hem
med springande steg till sin glömda hjord,
men segnade tåpig och blek på knä.
Tor själv, hans väldiga herre,
bred över bröstet, satt på klippan
och täljde en vallarestav.
Han log i sitt röda skägg.
»Träl,» sade han, »frukta dig ej!

På bänken ligger hammaren glömd,
ty markerna våras och blomma.
För att allt på den gröna jorden
skall gå sin gång och allt få sitt
och unga hjärtan bulta samman,
gärna någon stund ibland
vi bistra kämpar vakta getter.»

El dios de la guerra

De la hija del troll volvió Thialvi a casa,
de prisa hacia su descuidado rebaño,
pero cayó, torpe y pálido, de rodillas.
Thor mismo, su poderoso señor,
ancho de pecho, sentado en la roca
tallaba una estaca de empalizada.
Con una sonrisa en su roja barba.
–“Thrall” – dijo, –»¡No tengas miedo!”

En el banco hay un martillo olvidado,
pues los campos reverdecen y florecen.
Porque todo en la tierra verde
ha de seguir su curso y tener lo suyo
y los jóvenes corazones latir al unísono,
gustosos por un rato a veces
luchamos feroces por cuidar las cabras.–


Smycket

Lyckan är ett kvinnligt smycke.
Stränga gudar, hårda öden
och av bröd ett sparsamt stycke,
det är liv för män.

La joya

La dicha es una joya femenina.
Dioses estrictos y fieros destinos,
una pieza de pan que se termina,
así es la vida para los hombres.

RECOJO LOS TEXTOS ANTERIORES DEL SIGUIENTE SITIO: Periódico de poesía


1917. Dos escritores dinamarqueses obtienen el Nobel de Literatura en este año:

a. Karl Adolph Gjellerup

«por su poesía variada y rica, que se halla inspirada por ideales grandiosos».

Hay que agregar que se destacó como dramaturgo y novelista. Entre las obras que se conocen,  figura El peregrino kamanita, de la cual transcribo un fragmento a continuación. Un dato curioso por la época en la que vivió es el hecho de que en la última parte de su vida se volcó hacia el budismo.

«Mientras el Sublime pronunciaba estas palabras en casa del alfarero de Rajagaha, el peregrino Kamanita despertaba en el paraíso del Oeste.
Envuelto en una túnica roja que, suave y brillante como el pétalo de una flor, caía en pliegues abundantes, se encontró, sentado en sus piernas, sobre una enorme flor de loto del color de su túnica, que flotaba en un gran estanque. Por dondequiera, en la amplia superficie del agua se veían flores de loto rojas, azules y blancas; unas todavía en brote, aunque bastante desarrolladas, pero incontables, abiertas como la suya. Y casi de todas ellas salía una figura humana, cuya vestimenta parecía haber emergido de los pétalos de las flores.
En los márgenes del estanque, en la hierba verde, reían infinitas flores, como si hubieran renacido allí, en figura de flores, todas las piedras preciosas del mundo, conservando su brillo y sus juegos de color transparente, pero cambiando la dura coraza que habían llevado en su existencia terrenal por algo de planta, blanco, flexible y vivo. El aroma que despedían era más fuerte que el de todas las esencias fragantes que pueden encerrarse en un frasco de cristal; pero tenía la frescura del olor de las flores naturales.
De esta atractiva orla de los márgenes, la mirada encantada seguía deslizándose entre árboles altos y de amplias copas con follaje de esmeralda y refulgencias de piedras preciosas, unos aislados, en grupos otros, y otros formando espesos bosques, hasta las graciosas colinas de roca, que unas veces mostraban desnudas sus formas cristalinas, marmóreas y alabastrinas, y otras se cubrían de espesa maleza o aparecían salpicadas de olorosas flores. A lo lejos se veía una cañada en que rocas y bosques se apartaban para dejar paso a un río hermoso, que silenciosamente, como una corriente de luz de estrellas, se vertía en el estanque.
Por sobre todo este paisaje lucía la bóveda de un cielo de un azul intensísimo, y bajo esta cúpula flotaban blancas nubecillas de caprichosas formas, sobre las que se posaban graciosos geniecillos, cuyos instrumentos llenaban el espacio con los sones encantados de deliciosas armonías.
En este cielo no se veía sol alguno; mas tampoco era necesario, pues de las nubecillas y los genios, de rocas y flores, del agua y de las flores de loto, de las vestiduras de los bienaventurados, y más aún de sus rostros, irradiaba una luz maravillosa y dulcísima. Y así como esta luz era de una claridad resplandeciente, sin ser por eso deslumbradora, el tibio calor, saturado de fragancias, era refrescado por la constante brisa que salía del agua, y sólo respirar este aire era un placer al que no hay nada semejante en el mundo. «

El poder de la palabra (referencia del sitio del cual se extrajo el segmento anterior).

b. Henrik Pontoppidan

«por sus descripciones auténticas de la vida de hoy en día en Dinamarca».

Pese a que su obra fue destacada sobre todo por algunas de sus novelas como La tierra prometida o Pedro el afortunado, hemos encontrado en este caso un cuento.

El nido del águila

Cayendo a plomo sobre un pequeño pueblo, alzábase en la azulada atmósfera abrupto peñasco, tan alto y desnudo, que ningún pie humano pudo alcanzar su cúspide, y donde una familia de águilas había construido su nido. Sobre este nido Bjornstjerne Bjorson ha escrito una historia; pero como la he oído contar algo diferente, a mi vez la traslado al papel.

Escuchad:

Sobre la cima de este peñasco, repito, una familia de águilas había construido su nido, y desde lejanos tiempos, tantos como pueda recordar la memoria de los hombres, las águilas habían sido el terror de la comarca.

Tan pronto caían sobre las cabras y ovejas que tranquilamente ramoneaban la hierba de los lejanos prados, como picoteaban los ojos de los pastores que con sus palos intentaban defender sus rebaños. Sí; a veces, hasta se apoderaban de los niños mientras jugueteaban en la plaza del pueblo; levantábanlos suspendidos en sus garras, más alto que la cima del peñasco, para desde allí lanzarlos y destrozarlos en su caída.

Los audaces jóvenes del país soñaban siempre con el noble propósito de escalar el peñasco para arrojar del nido a los rapaces y volver la tranquilidad al pueblo. Desde la infancia ejercitábanse en encaramarse por las paredes del peñasco y a esto se debía que no se encontrara por los alrededores otros hombres tan audaces y atrevidos como ellos. Era rarísimo quien pasara de los veinte años sin que hubiese tentado el peligroso escalo del nido del águila, pues nadie los hubiera considerado hombres, ni ellos se habrían atrevido a cortejar de noche una muchacha sin haber probado su valentía contra el invencible enemigo.

Y, sin embargo, ninguno de ellos logró poner su mano en el nefasto nido. Algunos llegaban hasta el primer saliente del peñasco; pero, una vez en él, se apoderaba el vértigo al contemplar, bajo sus pies, la aguda flecha del campanario del pueblo irguiéndose en el azul como el hierro de una lanza. Otros llegaron hasta la segunda aspereza, casi a la mitad del camino; pero al querer traspasarla, las capas pizarrosas se desmenuzaban bajo sus pies, y con celeridad vertiginosa resbalaban a lo largo de la abrupta roca, rechazados, rotos sus huesos y hendido el cráneo. Uno sólo alcanzó un día la tercera anfractuosidad; pero, una vez en ella, cayó de improviso de espaldas, como repelido por invisible mano. Cual pájaro herido, atravesó el aire, desgarrándolo con ronco grito, rebotó de roca en roca y rodó, en fin, despedazado, en medio del pueblo.

Por esta época, un nuevo párroco llegó a la comarca, y cuando se enteró de la loca lucha emprendida por los habitantes contra las águilas, comenzó desde el púlpito a fulminar sus rayos contra aquel insensato juego de vida o muerte.

—Es tentar a Dios —exclamó— el cual, en su sabiduría, ha puesto límites al poder del hombre, límites que nadie puede traspasar sin ser castigado. —Y señalando el nido, añadió que Dios mismo lo había emplazado tan alto como señal evidente de que hay cosas que desafían todos los esfuerzos humanos—. ¡Pues saludable es que siempre haya alguna —decía— que el pueblo jamás pueda alcanzar!

Entre los ancianos del lugar, el sermón del cura cayó en terreno abonado; pues no había casa que no contara con un hijo estropeado, ni familia que no llorase la pérdida del consuelo y apoyo a su vejez. No obstante, parecía como si la abrupta cima les atrajese con irresistible pujanza; pues corría ya de boca en boca la noticia de que al siguiente domingo un joven de diez y ocho años, hijo único de una pobre viuda, intentaría el arriesgado escalo.

En la grande plaza de la iglesia, a la hora fijada, los habitantes del pueblo, reunidos, hablaban bajo, contemplando, a través de las veraniegas nieblas, las paredes de la roca en que el joven había llegado al primer saliente. Este, ni siquiera se detuvo; quitóse el sombrero, y lanzando con todas las fuerzas de sus pulmones un grito de esperanza, saludó a su madre, que, desgreñada y sollozando, arrodillada al pie del peñasco, tendíale sus brazos… Al alcanzar la segunda aspereza, sentóse el joven y, mientras se enjugaba el sudor, midió con ojo certero la distancia que le separaba del final del camino.

Todas las miradas se fijaron en él, cuando un instante después se le vio estrechar el cinturón y, con la lentitud de un gato, avanzar de nuevo, ayudándose con las manos, puesto que el peñasco, desgastado por las heladas del invierno, volvíase cada vez más perpendicular. A cada tentativa de avance resbalaba; y los viejos bajaban la cabeza, mirando con ojos de compasión a la madre desvanecida en medio de un corro de mujeres.

—Esto acabará mal —murmuraban acercándose unos a otros—. ¡Es demasiado joven! ¡Y demasiado atrevido!

En una pequeña elevación del terreno, una joven de rubia cabellera, aislada de todos, con su corpiño encarnado, contemplaba la escena cruzadas sus dos manos a la espalda. Varias mujeres del pueblo, al pasar cerca, la miraban con torva, ceñuda faz, al saber que era la novia del audaz joven y precisamente la que le había pedido aquella prueba de su valentía y de su cariño. Indiferente a la ansiedad general y a la indignación que la rodeaba, seguía con la vista, sonriente, a su prometido, suspendido entre el cielo y la tierra; y en su linda cara, tersa y acarminada, leíase la certeza de que sería su novio el que lograra alcanzar lo que otro no pudiera obtener.

De pronto, un grito partió de la asamblea. Subiendo rápidamente en zig-zag, el joven acababa de alcanzar la tercera y última saliente. Pero sus fuerzas parecían agotadas. A pesar de que no semejaba más grande que una mosca, pudo distinguírsele agarrado aún a la roca.

El que poseía mejor vista de los del lugar, un hombre rodeado de un grupo ansioso, dijo sacudiendo tristemente la cabeza:

—No volverá vivo. Está más blanco que la cal y tiene las manos ensangrentadas.

Silencio general se impuso. El joven erguíase de nuevo y el hombre citado viole como se estrechaba aún más el cinturón, examinando las paredes rocosas que ante él tenía, perpendiculares entonces hasta llegar al nido. Viósele buscar a tientas apoyo para sus manos y pies…

Un estremecimiento sacudió dolorosamente a todos: ¡el joven resbalaba!

Gruesas piedras destacáronse del peñasco rodando ruidosas a lo largo de las rocas…

—Todo acabó para él —pensaron algunos; otros, en su emoción, dijéronlo en alta voz.

Pero, vivamente, el atrevido cogióse con sus dos manos a una hendidura de la roca y se retuvo agazapado hasta que sus pies encontraron nuevo apoyo. Y lentamente, con precaución, avanzó…

Minutos parecidos a siglos transcurrieron, durante los cuales los espectadores reunidos mirábanse unos a otros espantados, pues la sombra proyectada por la cima ocultó a sus ojos asombrados el audaz joven. ¡Tal vez había caído!

De improviso estalló un clamoreo general. Viéronle sobre la cima de la roca, destacándose en el claro azul del cielo.

En aquel momento, las águilas, muy lentamente, atravesaban los aires…; pero el joven, con un rápido movimiento, cogió las ramas del nido y nido y huevos cayeron precipitados de lo alto de la roca en las profundidades peñascosas. Las águilas, aterrorizadas, interrumpieron su vuelo; después, las dos, arrojando agudos chillidos y con rápido y ruidoso batir de alas, volaron de nuevo, desapareciendo a lo lejos…

Y en la pradera los gritos de contento hendían la atmósfera de tal modo como jamás desde tiempos inmemoriales se habían oído. Solamente el párroco se retiró silencioso y cabizbajo.

«Sólo él no podía comprender aquello…». ¡Y es que no hay nada en el mundo, por alto que sea, que la voluntad tenaz y firme de un pueblo no pueda alcanzar un día!

El cuento transcripto en las líneas anteriores fue recogido según la traducción con la que aparece en el siguiente sitio: Cuánto cuentista


1918. Nuevamente, en relación con la Primera Guerra Mundial, como sucediera en el 1914 no hubo entregas del Premio Nobel.


1919. Carl Spitteler

Se le otorgó el premio «en apreciación especial de su épica obra, Olympian Spring».

Además de sus novelas, entre las que se destaca Primavera olímpica, el autor escribió relatos y poemas (algunos de ellos vinculados con la mitología clásica): de Prometeo y Epimeteo (considerado poema en prosa) procede el siguiente fragmento:

Así lo estuvo haciendo durante horas, hasta que la luz del día perdió intensidad, el aire se debilitó y el crepúsculo cubrió los campos y el bosque; entonces un secreto surgió en todos los valles.
Había movimiento en la capa del cielo, y miles de diminutas sombras grises se deslizaron suavemente en el espacio nublado cayendo en silencio, como delicada lana, sobre la tierra parda.
Al principio sólo era una o en dúos y tríos descendían sobre el rocío, lentas y sosegadas, pero después de un rato fueron más numerosas, justo como cuando las tropas sin fin de estorninos vuelan sobre los campos; y así como los rebaños de ovejas se congregan cuando se les conduce a lo alto de los Alpes, así también el enjambre entreverado y mezclado, hasta que todo el suelo quedó oculto bajo una cubierta blanca y suave.
Y todavía muy tarde la nieve se arremolinó en la borrasca, pero cuando llegó la noche de pronto se detuvo y sólo unos cuantos copos siguieron cayendo perezosos. Resaltaba el contorno negro y blanco de los bosques, y en el cielo oscuro brillaron las estrellas.

FUENTE:  Mitos y reincidencias


1920. Knut Hamsun

«por su monumental trabajo, La bendición de la tierra». Así aparece justificado el premio otorgado.

Por otra parte, Hamsun fue observado con sospecha por su adhesión o mirada favorable al régimen nazista. Sin entrar en discusiones acerca de la legitimidad de la estética literaria de un autor de acuerdo con su ideología, añado aquí un link en el que otro crítico desarrolla argumentos por los cuales habría que mirar más de un aspecto de un escritor al momento de hablar o juzgar su obra:Artículo de Rafael Narbona

Algunas de las frases que constan a continuación han sido extraídas de varias de sus obras literarias:

(…) Necesita una lección severa, ya que sólo obedece a su fantasía y está acostumbrada a triunfar siempre y a encontrar de continuo seres a quienes tiranizar.«Pan» (1894)

Un hongo no florece ni se mueve, pero hay algo imponente y monstruoso en él, parece un pulmón que vive desnudo, sin cuerpo.«La bendición de la tierra» (1917)

¡Allí va un mendigo! Uno de esos seres que recibe comida de la gente por debajo de las puertas.«Hambre» (1890)

Ya no cabe ninguna duda de que los seres humanos de la época de Shakespeare eran menos complejos y divididos que ahora; la vida moderna ha influido, cambiado y refinado al ser humano.

El poeta debe siempre, en todos los casos, contar con la palabra temblorosa, la que me cuenta la cosa, la que con su acierto puede vulnerar mi alma hasta hacerle gemir. La palabra puede convertirse en color, en sonido, en olor; es tarea del poeta usarla de manera que funcione, que nunca falle y nunca rebote.

El genio es un rayo cuyo trueno se prolonga durante siglos.